Hubo un tiempo no tan lejano en el que los concursos literarios comerciales, esos que necesitan vender decenas o cientos de miles de ejemplares para que la editorial amortice el adelanto de regalías en que consiste la dotación económica del premio, se concedían a novelas con pretensiones culturales. Los galardonados no eran presentadores ni telebasureros, sino las mejores plumas de la hispanosfera; esta narrativa resultaba muy rentable, y nuestra lengua, nuestro país, jugaban en la liga de campeones de la literatura, con candidatos al Nobel que se postulaban sin necesidad de fantasía, chovinismo ni cubatas encima de la mesa. El declive lector de la narrativa cultural patria es un hecho, merecería al menos un análisis, y teniendo en cuenta que el perfil del comprador tipo está entre los treinta y los cincuenta años, resulta evidente dónde tenemos que empezar a tirar del hilo: ¿qué ha ocurrido para que las preferencias sean tan diferentes en solo veinte años, con una tendencia secular pr...
Cuando Mircea Cărtărescu mostró en Instagram que había terminado su última novela, me invadió una sensación extraña. No concebía qué podría venir tras ese reloj automático del tamaño de Bucarest que nos dejó en Solenoide , que ya fue toda una machada después de perpetrar la salvaje y rapsódica Cegador : cualquier pluma en el almirantazgo hubiera terminado exhausta y desconcertada, como después de un acoplamiento atlético, como después de vaciarse de su simiente; una obra muy difícil de superar. Hay que gobernar el talento con responsabilidad. Comprobamos al fin que el autor conseguía innovar volviendo a sus orígenes: El Levante es tal vez su obra menos conocida en España, pero con aquella pequeña delicia debutó en la narrativa, ensayando ya recursos que desplegaría en sus grandes obras, y también fue geogonía para el universo en que navega Theodoros . Lo leímos como prosa por las estrecheces de la traducción, pero es en realidad un poema épico ...