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Libros perdidos en el océano


En la última Feria del libro de Madrid me topé en una de las casetas con una autora que me sonaba de haberla visto por Twitter, y así se lo hice saber. No recordaba su nombre, pero sí que solía escribir novela romántica, aunque esta vez firmaba algo de intriga. No era una escritora popular, más bien de las que suelen autodenominarse "independientes" porque, aunque no autopublicaba, trabajaba con una editorial pequeña que funciona de una manera similar, imprimiendo en físico bajo demanda y con escasa o nula distribución en librerías, por lo que le tocaría la mayor parte del trabajo de promoción de sus obras. En un primer momento la obra que estaba vendiendo no me resultaba interesante, pero a la vuelta de mi paseo decidí comprarla, a pesar de que la promotora apenas me lanzaba en ráfagas ininteligibles la descripción de la misma, supuse entonces que hastiada de todo el día haciendo lo mismo. Cuando me volví a casa, comprobé que esta mujer también me seguía a mí antes de que hubiésemos hablado.
La novela que había comprado resultó ser un fiasco absoluto: en realidad era otra novela romántica muy convencional travestida de policiaca, mal documentada, abarrotada de tópicos, superficial, incoherente, artificiosa, previsible desde demasiado pronto... Y eso que la escritora ya llevaba unos cuantos libros escritos en su mochila. A pesar de ello, su pluma era bastante aceptable y por eso quería trasladarle mis opiniones en privado, aunque bien podría haberme despachado a gusto en uno de los blogs en los que es reseñada o entrevistada. Lo primero que se me ocurrió fue hacerlo brevemente a través de un mensaje en Twitter, cuando descubro en el momento de intentar hacerlo que me había dejado de seguir. También había eliminado su blog personal y cualquier otro modo de contactar con ella. ¿Casualidad?
No lo creo. Lo más probable es que esta autora, que se define como una de las más importantes al sudeste de la Villa y Corte, sea perfectamente consciente del nivel real de su novela (amén de saber que yo también escribo) y no esté apetente recibir una crítica negativa, y mucho menos si es constructiva y con un cierto criterio, a sabiendas de que pueden no ser infrecuentes. En realidad es algo bastante común: otra escritora de romántica, esta vez gallega, decía en una entrevista de blog que las críticas negativas no se deberían hacer en público, que quien las hace solo busca "tirar a la basura" el "trabajo" del autor... Pero las positivas sí, por supuesto. Añaden ambas, además, que no hay novelas mejores que otras, ni siquiera novelas malas, solo un criterio subjetivo para valorarlas. ¿Realmente creerán lo que dicen o es un arma sacada de un libro de autoayuda para preservar su autoestima?
Todo esto nace de los efectos colaterales de la facilidad actual para autopublicar, que son muchos y diversos. El más grave de todos probablemente sea el considerarla (aunque la mayoría lo niegue), más que una opción más, como un último recurso seguro que existe para divulgar una obra, por lo que hoy en día muchos se animan a escribir cualquier cosa, sin aplicarle la corrección o autocrítica adecuadas que en otro tiempo se verían forzados a hacer con una editorial tradicional por pura vergüenza torera, o bien directamente desistir de su proyecto. En lugar de eso, hoy cualquier aspirante a best seller se atreve a perpetrar un engendro mal redactado basado en un par de episodios de una serie de televisión y luego dispararlo a quemarropa sobre cualquier editorial que se mueva, haciéndolas todavía más inaccesibles por saturación a cualquier autor novel con una mínima y legítima intención literaria. Después de todos los noes, el autor sin suficiente autocrítica dice "bah, no pasa nada. Lo he decidido autopublicar en Kindle para no depender de nadie y hacerlo todo a mi modo, sin tener que pasar la censura de los editores y tal".
Luego su obra se quedará flotando en medio un océano de mediocridad, en la que pocos lectores exigentes se atreverán a seguir pescando después de haber recogido dos o tres excrecencias cuando han probado a echar la caña, condenando a los pocos autores que pretenden aportar algo de valor literario, o al menos tienen una pluma decente, a vagar perdidos y olvidados en el mar de la distribución "independiente".