Hace unos días, por azar, caminaba por la Avenida de las Islas Filipinas en Madrid, junto al monumento a José Rizal, médico e insigne literato inspirador del independentismo tagalo. La primera vez que pasé por allí me sorprendió no encontrar cerca también alguna referencia a los héroes de Baler, como si el recuerdo de la relación de cuatro siglos con el archipelago nos resultase tan vergonzosa que tenemos que encerrarla en el cementerio de La Almudena. Martín Cerezo tiene una calle en Carabanchel, que durará lo que tarde en darse cuenta algún iluminado de la memoria histórica de que cometió el pecado capital de participar en la Guerra Civil con el bando nacional, prolongándose al otro lado de General Ricardos con el eufemístico nombre "de los invencibles", lo que implica que ni siquiera durante el franquismo, tan pródigo en reverenciar hazañas bélicas, alguien se acordó de Los últimos de Filipinas.
Desgraciadamente, no es el único ejemplo. Gracias a La ciudad y los perros de Vargas Llosa, todos conocemos el coraje de Leoncio Prado al dirigir su propio pelotón de fusilamiento, pero casi nadie (y mucho menos fuera de Madrid) ha oído hablar de Diego de León más allá de una importante estación en la que se cruzan tres líneas de metro. Como general hizo lo propio años antes, además de ganar (como Martín Cerezo) la Cruz Laureada de San Fernando por sus cargas de caballería épicas en escandalosa inferioridad numérica y ostentar por ello el título de "Primera lanza de España". También hemos dejado que la Historia recoja a Cook y a Drake como exploradores de referencia y olvide a Gabriel de Castilla como más que probable descubridor de la Antártida, además de todos los sufridos marinos del galeón que durante siglos iba de Acapulco y Manila, que entre aguadas y desventuras descubrió la gran mayoría de las islas del Pacífico mucho antes de los británicos.
A propósito de los súbditos de Isabel II, especialmente icomprensible fue la participación española en la no muy lejana celebración de del doscientos aniversario de la batalla de Trafalgar, sinónimo de debacle militar para nosotros. ¿Alguien se imagina a los ingleses enviando fragatas a Colombia para celebrar su humillante derrota en Cartagena de Indias a manos de Blas de Lezo? Evidentemente no, pero tenemos en el barrio de Chamberí una plaza dedicada a Trafalgar y la estatua al almirante vasco que hay en los Jardines del Descubrimiento tuvo que hacerse por suscripción popular... Aunque, en vista de la espectació que generó, y cumpliéndose aquello que dijo Churchill de que "la victoria siempre tiene muchos padres, pero la derrota es siempre huérfana", todas las autoridades locales y autonómicas se quisieron apuntar el tanto e incluso propiciaron que el rey emérito la inaugurase uniformado como mando supremo honorífico de la Armada.
Providencialmente me enteré poco después de aquel paseo que, con motivo del 120 aniversario del sitio de Baler, se eregirá de nuevo por iniciativa ciudadana y a cargo de Salvador Amaya una estatua a Saturnino Martín Cerezo en representación de los Últimos de Filipinas, casi seguro al lado del Mediohombre. Juntos permanecerán allí arrinconados, resistiendo gracias a una minoría, sin que apenas algún viandante los reconozca, durante el tiempo que otra oleada de memoria histórica decida decomisarlos junto con su casero Cristóbal Colón.