Hace un par de semanas asistía a la presentación de Ironía On, un ensayo de Santiago Gerchunoff sobre el debate público, en una librería vallecana. Por desgracia no pude quedarme al debate, a pesar de que me moría de ganas de polemizar con los ponentes, pero todo me hizo recordar una cuestión mucho más amplia que se viene discutiendo en todo tipo de mentideros ocupados con el periodismo, como mínimo desde el advenimiento de Twitter como "red social seria": los nuevos medios de información digital versus los diarios tradicionales.
La mayoría de los vanguardistas casi celebran la muerte del periódico de papel, e incluso también de sus versiones digitales, a favor de los medios sociales o incluso de los blogs como alternativas más directas, más puras o incluso más independientes. Además, estas nuevas vías aportan una capacidad de interacción y de actualización en tiempo real con el que ninguna maquinaria puede competir por más que se digitalice.
¿Han perdido, entonces, su función los medios tradicionales? ¿Qué nos aportan hoy en día? Evidentemente, nos aportan mucho más de lo que podamos imaginar. No es que los viejos diarios dispongan de alguna verdad ajena al resto del mundo, pero salvo en excepcionalísimos casos como aquel en que toda la prensa nacional se cuadró sin excepción para justificar el derrocamiento de Gadafi por la fuerza (sin airear demasiado que España mandó aviones caza para entrar en combate, algo que no sucedía desde la Guerra Civil), los diarios convencionales están condenados a contar versiones más o menos propias sin mentir demasiado, a riesgo de que un medio ideológicamente opuesto o incluso otro competencia en la misma trinchera le pueda sacar los colores y desacreditarlo públicamente, algo que jamás sucede con un medio minoritario o blog de trinchera, al que nadie le regala la publicidad gratuita del desmentido por muchas barbaridades que diga. A los medios independientes y bitácoras, por tanto, les toca trabajar mucho en mostrar sus fuentes y probar sus conjeturas para tener solvencia más allá de la pura opinión.
¿Qué hay de las redes sociales en general y Twitter en particular? En mi opinión, hace mucho que dejaron de ser una referencia para información interesante en vivo al vulgarizarse con su instrumentalización en los programas de televisión o cualquier iniciativa propagandista. Y lo que antes era una comunicación directa y sana usuario-consumidor, personaje-público se ha convertido en una competición para ver quién puede dar la respuesta más graciosa, gilipollesca o politizada en busca de algunos retuits o la gloria momentánea en alguna página especializada. Lo de la politización no es un tema baladí: fue sobreexplotado por el 15M en sus inicios y fue el trampolín para la primera plana de políticos como Cristina Cifuentes, aunque ya casi nadie lo recuerde. Con todo, en aquellos tiempos los partidos políticos y grupos varios no se organizaban tan a menudo en manada para generar "trending topics" a golpe de tuit prediseñado y bajo pautas, para intentar hacer parecer que "el pueblo" está a favor o en contra de tal o cual asunto. De hecho, ya apenas quedan verdaderos usuarios que creen tendencia con sus opiniones particulares (o, en el peor de los casos, personajillos aspirantes a diputados), sino más bien cuentas que pretenden parecer de usuarios anónimos e independientes, pero que en realidad son operarios a sueldo de tal o cual causa (como evidencia su frenética actividad y recolección de información, incompatibles con cualquier tipo de actividad laboral). Las redes sociales tienen, en ese sentido, otro efecto pernicioso adicional: proporcionan un círculo artificioso de opinión afín mucho más amplio que el de las propias relaciones personales de cada individuo, de modo que muchos llegan a creerse realmente que su cosmovisión es aplastantemente mayoritaria en el país, por disparatada y extrema que sea... Y converge en orgasmos del despropósito que llevan a pensar a algunos que montar unos títeres proetarras para niños o castigar sin recreo a los varones de un instituto el día de la mujer serán travesuras toleradas sin consecuencias en la camaradería de la supuesta ola ideológica imperante.
Los medios minoritarios y las redes sociales son también a menudo la alcantarilla en la que se propagan los bulos (o como lo llaman ahora los modernos, fake news). Aunque es cierto que, como decía Goebbels, una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, y que mucha gente no llega a entertarse que una noticia es bulo hasta mucho después de que se haya desmentido públicamente, la mayoría de estas mentiras propaganderas son muy de andar por casa y fácilmente comprobables, por lo que empiezo a pensar que, más que bocaditos de manipulación, son intervenciones del poder o de medios tradicionales para crear desconfianza en la población sobre las noticias que puedan llegar por canales no oficiales... Que a veces son molestas y reales. Otra gran utilidad de la abundancia de bulos por la red es la posibilidad de hacer pasar una noticia real molesta por un bulo, fenómeno todavía más preocupante del que apenas se habla y empieza a ser relativamente común porque funciona muy bien: ante un tema tan comentado, es más sencillo y cómodo dar credibilidad a que una información es bulo porque lo haya dicho un cualquiera que ponerse a contrastar otra que nadie haya desmentido.
¿Son, entonces, los guerrilleros de la información o los filtradores nuestros salvadores y referentes en la información independiente? Pues yo diría que tampoco. Al final, la mayoría de estos supuestos Robin Hood sólo han filtrado información directamente de EEUU (e indirectamente, de países occidentales relacionados), es decir, que no se han jugado ni mucho menos el pellejo, como sí ocurriría por revelar cosas mucho más nimias en otras latitudes: Tanto Edward Snowden como Julian Assange, iconos de la causa, están refugiados en países conocidos por perseguir a periodistas que simplemente son críticos con sus gobiernos. Y para los que defienden este tipo de labor, la de filtrar información sensible y confidencial, preguntarles si considerarían legítimo que se publicase cualquier contenido que tengan en este momento en su teléfono móvil... Amén de que, cuando estas informaciones se han compartido con grandes medios para su publicación, lo han hecho siempre a través de medios de una ideología determinada (recuérdense los cables diplomáticos de Wikileaks, que en España sólo se habían enviado a El País y 20 minutos), lo que les quita mucho de independencia, idealismo y el supuestamente legítimo derecho a la información.
¿Quién nos queda en este Armageddon informativo en la era de las noticias que se consumen a fogonazos?