Hace unas semanas, durante el Festival EÑE en Madrid, acudí a una charla titulada Novelas contra la imaginación, en la que los escritores Miguel Ángel Hernández Navarro, Adolfo García Ortega y David Toscana debatían acerca de la realidad estricta plasmada en novela en contraposición con la ficción pura. Es un tema morboso que nunca pasa del todo de moda, pero en los últimos años ha dado mucho de que hablar con la polémica saga autobiográfica de Karl Ove Knausgard, donde novela "Su lucha" personal a partir de su divorcio hasta llegar casi a dinamitar, por desclasificación de intimidades demasiado recientes, su vida personal por completo.
No se discute tanto sobre el movimiento ontológico inverso, a pesar de haber sido mucho más importante y de uso extensivo a lo largo de la historia, quizás por vergüenza torera. Y es que muy a menudo la ficción ha servido para explicar la realidad (o una parte de ella), sobre todo cuando faltan piezas en el puzle. El ejemplo que me gusta poner siempre a este respecto es la novela gráfica From Hell, de Allan Moore, que el autor confiesa haber construido dando toda la coherencia posible a un relato de los hechos a partir de lo que se sabía por aquel entonces de Jack el Destripador, de modo que pudiera ser cierta o pretende ser al menos "lo más verdadera posible".
Hasta hace poco más de cien años, todavía se rellenaban los socavones o incluso calles completas del conocimiento con relatos bíblicos u opiniones personales de filósofos ilustres, según lo piadoso del intelectual de turno. Así, hasta bien entrado el siglo de las luces, la imaginación de Aristóteles o Descartes se consideraban fuentes autorizadas de conocimiento científico, de modo que la Filosofía se arrogaba en ser "la ciencia de todo", cuando apenas sí lo eran únicamente las matemáticas; y los relatos genésicos (que con seguridad ni para los propios autores pretendían ser más que alegóricos) ayudaban a suplir las carencias, como la propia ausencia de la Geología. De este último aspecto tiene mucha culpa la preeminencia en la investigación científica de la época de las naciones con mayoría protestante, mucho más proclive a la lectura libre y prosaica de la Biblia, con foco especial en el Antiguo Testamento para contraponerse al catolicismo y su impronta tomista de la obligación de estudiar la naturaleza por ser la creación de Dios.
La Historia, como acumulación de acontecimientos objetivos y documentados, es una ciencia como otra cualquiera, pero la transcripción historiográfica que intenta describir y explicar un período temporal o acontecimiento se parece más bien a la Literatura "basada en hechos reales", porque está sometida a las omisiones, interpretaciones y hasta inquietudes políticas o espirituales del autor de turno... Y si ahondamos en la Prehistoria o la fascinante Protohistoria, nos encontramos con mucha más ficción narrativa en los libros que material objetivo; relatos que se reescriben con cada vez más frecuencia acerca de la secuencialidad de los homínidos o incluso el origen de la civilización, que enfrentan la realidad de lo poco que sabemos sobre aquellos tiempos y la poca humildad con la que se escribe sobre ellos.
Con todo, no vayamos a pensar que el utilizar la ficción al servicio de otro tipo de ciencias es algo ya superado hace décadas. Goza, de hecho, de muy buena salud aunque las formas hayan mutado, justo en donde ha estado siempre: en los bordes del conocimiento científico. Así, con la física macroscópica terrestre tomada como algo ya superado y vulgar, surgen todo tipo de fantasías paracientíficas a partir del conocimiento superficial y profano de los fenómenos a nivel cuántico (tema del que hablaremos en alguna otra entrada). Y con mucho más prestigio a nivel académico y popular, desde principios del siglo XX, demasiadas mentes científicas brillantes se han dedicado a gestar complejas teorías con sentido matemático sobre el funcionamiento del universo (véase la célebre "teoría de cuerdas"), pero imposibles de contrastar. Ya el premio Nobel Sheldon Glashow advertía que parte de la física moderna está cerca de convertirse en pura filosofía (yo aún diría que literatura de ciencia ficción)... Pero con la peligrosa pátina del "cientificismo serio", razón por la que, personalmente, este tema nunca me ha atraído demasiado.
No podemos cerrar este artículo sin recordar la madre de todas las ficciones explicativas, que es el origen de los organismos vivos. Hace años que se descartó el relato de las descargas eléctricas tormentosas sobre lagos de amoníaco y no pocos científicos defienden el mito de la panspermia extraterrestre... Pero nadie se resiste a tranquilizar su conciencia a formulando o defendiendo una historia con gran dosis de imaginación que trate de explicar aquello que no conocemos.