Nosotros es, junto con la muy mentada en este blog Señor del mundo, la gran olvidada en cuanto a literatura distópica se refiere. A pesar de ello, ambas obras tuvieron una influencia muy directa y explícita en todo el devenir posterior del género no demasiado reconocida.
La obra es una especie de mensaje que deja el protagonista a los seres humanos del pasado para explicarles el modo de vida de su sociedad ideal, pero en la que se ve obligado a ir reflejando situaciones inesperadas que van concurriendo en la historia. Como constructor de un artefacto diseñado para visitar otros planetas del Sistema Solar, considera que tiene un papel trascendente en la difusión de un modo de vida calculado, controlado y cronometrado en el que los seres humanos son simples piezas de una gran maquinaria; y este concepto se lleva al extremo de que los nombres se sustituyen por meros códigos o números. Está escrita de de una manera heterodoxa y poco corriente, a partir de anotaciones periódicas del narrador (en los pocos segmenos de tiempo libres con los que cuenta a lo largo del día), que simula las imperfecciones y tachaduras de un manuscrito. Por pura deformación profesional del autor, el universo siniestro de Nosotros está diseñado desde un prisma pragmático y matemático, bien proyectado de cara al futuro desde un punto de vista tecnológico.
Hay que empezar comentando que, desde un punto de vista ambiental, Nosotros tiene un sabor enternecedoramente soviético, a pesar de que la patria de Zamiatin apenas acababa de convertirse en la URSS cuando terminó de escribir la novela, llevando el colmo del control a que muchas tareas cotidianas (como masticar o pasear en grupo) se sincronizan para todos con metrónomos. De hecho, ni siquiera Orwell es capaz de llegar a este nivel inspirándose para 1984 en el ya madurado estalinismo. Así mismo, los habitantes del imaginario Estado Único hacen vida en casas y edificios públicos construidos con vidrio para evitar tener nada que ocultar a los demás. El autor inaugura con esta obra los conceptos de pérdida de la privacidad (reflejada en la obra del británico) y la industrialización de la vida humana (que inspiró a Huxley como tema central de Un mundo feliz). También la estructura general que tendrán ambas y la mayoría de las historias distópicas literarias y cinematográficas que vendrán después: despertar de disidencia, crisis de identidad, revelación de lo real frente a lo apartente del sistema y, a modo de guiño de complicidad del autor con el sistema que ha imaginado (o gesto de reparación simbólica con la primera de las mujeres), el protagonista es expulsado del edén distópico mediante un proceso muy similar al mito de Adán y Eva. Me atrevería a decir también que también influyó de manera significativa en Thea von Harbou a la hora de escribir el guión de Metrópolis.
Comentábamos antes que estas grandes obras pioneras están determinadas de manera muy directa por el paisaje formativo e intelectual de cada autor: Señor del mundo no podía dejar de ser una novela en la que se le da importancia especial a la religión por estar escrita por un sacerdote católico, 1984 está especialmente lograda desde un punto de vista sociopolítico por ser el gran fuerte de Orwell y Un mundo feliz es la mejor imaginada como ciencia ficción (con permiso de la presente), por el exclusivo acceso al conocimiento científico que tenía Huxley en su propia familia. Los tres son, en mi opinión, mejores prosistas y con un nivel cultural mayor que el de Zamiatin; y han conseguido por tanto un resultado literario mejor y más elaborado. Sin embargo, Nosotros es la más brillante y desarrollada desde un punto de vista filosófico y moral, que cuestiona hasta qué punto es la capacidad represora del poder o la suma de voluntad de los individuos lo que propicia la supervivencia del sistema. También tiene un peso importante el cristianismo (Zamiatin era hijo de un pope ortodoxo), que a menudo en el relato se muestra como precursor ideológico de los cimientos del sistema del Estado Unido al primar el nosotros (Dios) frente al yo (Demonio), recurriendo a la falacia diabólica clásica y muy extendida en la ficción de intercambiar el plano de la búsqueda de la salvación frente al del amor al prójimo.
Por coherencia con entradas anteriores, no podemos terminar el comentario de Nosotros sin hacer el ejercicio de tratar de identificar aquello de lo imaginado por Zamiatin que se ha cumplido en el camino hacia nuestros días. En este caso no es fácil, porque sus planteamientos futuristas en muchos aspectos son bastante extremistas y concretos, pero llega a acertar en su visión de la reproducción: Los hijos dejan de pertenecer a los padres porque, como todos los números, son parte no de familias sino de la estructura del Estado Único. El importante matiz viene de que, a diferencia de Un mundo feliz, aquí la gestación no se realiza in vitro y en un proceso completamente industrializado, sino que sigue siendo realizada por humanos bajo unas determinadas normas; y al nacer, pasan a formar parte del sistema. En este sentido, no podemos dejar de recordar la frase de "los hijos no pertenecen a los padres" que costó la portavocía por fuerzas internas a la malograda Isabel Celaá por limitarse a transmitir las ideas públicas y notorias de su propio gobierno .
Comentábamos antes que estas grandes obras pioneras están determinadas de manera muy directa por el paisaje formativo e intelectual de cada autor: Señor del mundo no podía dejar de ser una novela en la que se le da importancia especial a la religión por estar escrita por un sacerdote católico, 1984 está especialmente lograda desde un punto de vista sociopolítico por ser el gran fuerte de Orwell y Un mundo feliz es la mejor imaginada como ciencia ficción (con permiso de la presente), por el exclusivo acceso al conocimiento científico que tenía Huxley en su propia familia. Los tres son, en mi opinión, mejores prosistas y con un nivel cultural mayor que el de Zamiatin; y han conseguido por tanto un resultado literario mejor y más elaborado. Sin embargo, Nosotros es la más brillante y desarrollada desde un punto de vista filosófico y moral, que cuestiona hasta qué punto es la capacidad represora del poder o la suma de voluntad de los individuos lo que propicia la supervivencia del sistema. También tiene un peso importante el cristianismo (Zamiatin era hijo de un pope ortodoxo), que a menudo en el relato se muestra como precursor ideológico de los cimientos del sistema del Estado Unido al primar el nosotros (Dios) frente al yo (Demonio), recurriendo a la falacia diabólica clásica y muy extendida en la ficción de intercambiar el plano de la búsqueda de la salvación frente al del amor al prójimo.
Por coherencia con entradas anteriores, no podemos terminar el comentario de Nosotros sin hacer el ejercicio de tratar de identificar aquello de lo imaginado por Zamiatin que se ha cumplido en el camino hacia nuestros días. En este caso no es fácil, porque sus planteamientos futuristas en muchos aspectos son bastante extremistas y concretos, pero llega a acertar en su visión de la reproducción: Los hijos dejan de pertenecer a los padres porque, como todos los números, son parte no de familias sino de la estructura del Estado Único. El importante matiz viene de que, a diferencia de Un mundo feliz, aquí la gestación no se realiza in vitro y en un proceso completamente industrializado, sino que sigue siendo realizada por humanos bajo unas determinadas normas; y al nacer, pasan a formar parte del sistema. En este sentido, no podemos dejar de recordar la frase de "los hijos no pertenecen a los padres" que costó la portavocía por fuerzas internas a la malograda Isabel Celaá por limitarse a transmitir las ideas públicas y notorias de su propio gobierno .