A finales de noviembre del 2019 se celebraron en la Universidad Complutense de Madrid unas extrañas jornadas de diálogo interreligioso organizadas por la AJICR (Asociación de jóvenes investigadores en Ciencias de las religiones), que generaron una cierta polémica por tratar la religión satánica. No había motivo para trapisonda, porque la asociación satanista invitada como ponente era, en realidad, un simple club de hedonistas buscando dignidad en forma de reconocimiento público y, probablemente, subvenciones, que insiste en el carácter ateo o agnóstico de su movimiento; y en tres largas entrevistas en la prensa no eran capaces de explicar por qué se consideran una religión cuando afirman que para ellos Satanás no es una divinidad, sino un simple referente literario y filosófico. Sus trasfondos intelectuales resultan bastante limitados y reduccionistas, al omitir figuras fundamentales (e incómodas) como Aleister Crowley, negar el ritualismo de Lavey, y manipular la figura de escritores como J. K. Huysmans, que presentan como referente del satanismo por una anecdótica incursión temporal en los temas esotéricos (tan frecuente en el vicio que resultaba del aburrimiento en los intelectuales de la época) que resultó en su reconversión definitiva al catolicismo. No queda muy claro, por tanto, el interés cultural o antropológico de invitar como ponente religioso a un grupo inofensivo que no lo es, salvo para blanquear al satanismo real (que, por otro lado, sí se analizó su retrato en la ficción)... o cometer la irresponsabilidad de negar su existencia, como deslizan el propio portavoz de los luciferinos descafeinandos y Alejandro Amenábar, siguiendo la estela indocumentada y paracientífica del negacionismo de la brujería y la relativismo acerca de la figura de Satán de Margaret Murray. Y es que, como ha difundió en su momento la RIES (Red iberoamericana para el estudio de las sectas), parece que el blanqueamiento de los grupos pseudo religiosos destructivos o de cualquier índole puramente lucrativa es un fenómeno al alza, como muestra el cierre del teléfono de ayuda a las víctimas de estos grupos por parte del gobierno holandés. ¿Parte de la agenda espiritual del Imperio?
Todo esto vuelve a mi cabeza tras una discusión en redes sociales con una monja que, henchida de un nosequé de protagonismo del que prefiero no decir lo que pienso, buscaba clicks y visitas a su canal de YouTube, anunciando como algo necesario e interesante el entrevistar a uno de estos satanistas a su manera como un supuesto aporte para el diálogo sinodal (ríanse lo que quieran, pero les prometo que no bromeo). El discurso del zagal no se diferenciaba un ápice del mainstream posmo, simple, vacuo y con ninguna idea propia, igual de aprovechable y constructivo que los tuits de cualquier cipayo del Gobierno. En fin, el disparate más grande que he visto por los mentideros de Twitter desde que leí a un crítico literario (supuestamente católico) que habría que actualizar los Evangelios.
Lo que sí tienen en común los satanistas de mentira (como el que entrevistaba la misionera) y los reales es la fundamentación filosófica del nihilismo y hacer un dios del propio individuo y, por tanto, de hacer ley su voluntad sin preocuparse demasiado de las consecuencias en los demás. Esto último, en cristiano, es el egoísmo de toda la vida, solo que ahora se le pretende dar de este modo un trasfondo místico e incluso humanista y científico, que es lo más peligroso. ¿Cuántas veces no habremos oído aconsejar, principalmente a madres sufridoras y entregadas a su familia, que "deben ser más egoístas"? Hoy en día ya es una especie de mito que se emplea con suma ligereza, a menudo sin reflexionar demasiado de dónde viene, como tantas otras gilipolleces popularizadas por personajes televisivos, pero tiene sin duda un triste origen, cada vez más degradado. No hay quien se haya leído un manual de autoayuda (la mayoría de los cuales, en mi opinión, deberían estar tanto o más perseguidos que las terapias para curar la homosexualidad) o que vaya a terapia psicológica con algún curandero de la mente que no repita aquella máxima como clave "para ser más feliz" como un papagayo, que lo mismo le puede recomendar el egoísmo como una tirada de cartas de tarot.
El caso es que, como pasa ya con la mitad de los medicamentos, las prescripciones psicológicas ya las receta con vehemencia en el bar o en el salón de casa cualquier hijo de vecino con la EGB mal acabada, y se populariza la idea de que entregarse a los demás, en el grado que sea, es algo trasnochado y sobre todo, nocivo. De este modo, leo en las redes sociales este tipo de idioteces a modo de propósitos para el año nuevo, creyendo que se están haciendo algo positivo. ¿Qué pensarían, como sugirió un día el propio Íker Jiménez en la editorial de su programa, si supiesen que están promoviendo exactamente los mismos fundamentos que un satanista? ¿Qué espera, mi amiga la misionera, que podrá sacar en limpio para el diálogo sinodal de un discurso que defiende el egoísmo como forma de vida y los fundamentos del pecado original?